Buena parte de esa crítica responde a la mezcla de un doctrinarismo ideológico que enaltece el mercado y la desregulación y quiere cargar sobre los trabajadores el coste de la crisis económica que ellos, gente muy poderosa, han provocado.
Por eso, lo primero que deberíamos recordar son los logros conseguidos a lo largo de todo este tiempo de negociación colectiva, y pensar en las consecuencias que probablemente tendría su imprudente desmantelamiento.
Porque si España ha crecido económicamente, si es más competitiva y goza del bienestar actual, también ha sido por la práctica de una negociación colectiva responsable; invisible a veces, pero que garantiza a más de 10 millones de trabajadores, salarios, jornada, turnos, vacaciones, formación, prevención de riesgos, promoción interna, pensiones. Todo ello a través de más de 5.000 convenios anuales. Durante las tres últimas décadas, sindicalistas y empresarios han sido capaces de superar una larga tradición de enfrentamiento y sustituirla por el diálogo y el acuerdo como mejor forma de establecer sus relaciones laborales. Gracias a la negociación colectiva se distribuye en términos de contabilidad nacional más de la mitad de la renta generada del país. Pocas dudas hay de que el rápido ensanchamiento de las clases medias en la España democrática tiene mucho que ver con esta práctica.
Es esta tradición de negociación colectiva la que preserva el real decreto que aprobamos el 22 de mayo, y los cambios que en él se recogen responden a buena parte de las demandas de los interlocutores sociales expresadas en los últimos años.
Es verdad que patronal y sindicatos no llegaron finalmente a un acuerdo, y también es cierto que ante esa situación el Gobierno debía proponer una solución. Es posible que esa solución no le guste a algunos, y no por su contenido, sino porque es una solución. Sin embargo lo es, y lo es porque el texto presentado es equilibrado y suficiente para hacer frente a los constantes cambios de la economía y el trabajo.
Actualmente más del 65% de la negociación colectiva se hace a través de los convenios provinciales, cuyos contenidos fundamentales son jornada y salarios.La experiencia ha demostrado que la atomización y su escasa vertebración, les convierte en incapaces para impulsar los cambios que muchas veces necesitan nuestras empresas y nuestros trabajadores; por eso el real decreto apuesta por una negociación colectiva más cercana a la empresa facilitando estos convenios que actualmente representan apenas el 10%, y los sectoriales de comunidad autónoma, que tan solo son el 8%.
Este desplazamiento del centro de la negociación hacia la empresa, va acompañado del reforzamiento de su estructura sectorial y autonómica que permitirá ordenar materias a negociar en cada ámbito articulándolas en los diferentes niveles de negociación. ¿Para qué todo ello? Para aumentar la flexibilidad en la organización de los recursos de la empresa (horario, salario, planificación de vacaciones, clasificación profesional, conciliación de la vida laboral y familiar, etcétera, etcétera), primándola frente a la opción de ajuste de plantillas como recurso más fácil.
Los patronos no tienen nuevas prerrogativas, todos los convenios son fruto del acuerdo entre partes, y como siempre, si la patronal realiza una propuesta poco razonable y regresiva la parte social no tendrá más remedio que rechazarla. El posible desequilibrio que este tipo de negociación puede suponer se compensa en parte con la modificación del artículo 87 del ET que refuerza el papel de las secciones sindicales sobre los comités y delegados de personal en esta negociación.
Frente a esta flexibilidad negociada que contempla el real decreto, los empresarios han defendido una flexibilidad impuesta que nada tiene que ver ni con lo recogido en la norma aprobada en el Congreso, ni con la filosofía que la sustenta; si a ello le unimos la no aceptación de la propuesta empresarial de suprimir la ultraactividad "limitando la prórroga de vigencia de los convenios y caso de no llegar acuerdo aplicar los acuerdos sectoriales de cobertura de vacíos", podremos comprender que la ofensiva por desregular la negociación colectiva ha fracasado, por ahora. Porque hay marco de negociación democrática en las empresas y se garantiza la prórroga del contenido regulador del convenio en su totalidad hasta que se suscriba otro nuevo, sin que pueda existir riesgo de vacío de regulación. Pasado el tiempo, ocho meses cuando la vigencia del convenio anterior fuera inferior a dos años, o 14 en los restantes, el arbitraje resolverá la controversia.
Así pues, y frente a lo que se ha dicho, la negociación colectiva no sale descuartizada de esta regulación, ni de las lógicas tensiones parlamentarias que hubo en su convalidación el 22 de junio; que las hubo, ¡por supuesto!, amplificadas por la materia en discusión y por el cambio de voto de algunos grupos en el último momento. Sin embargo, ni el Gobierno ni el Grupo Socialista cedieron para modificar los dos ejes básicos que equilibran esta reforma: flexibilidad interna negociada y mantenimiento de la ultraactividad.
No se cerró tampoco la posibilidad de estudiar la jurisprudencia que puede hacer volver a la redacción anterior a la aprobación del real decreto el encaje de los convenios de comunidades autónomas, como ya se hizo en el año 1994 y, por cierto, desde entonces nunca se ha roto la unidad de mercado de trabajo.
El debate nos dejó algunas conclusiones: por un lado el PP no quiere descubrir sus propuestas, y a la pregunta del presidente del Gobierno en el debate del estado de la nación ¿qué piensa usted sobre la ultraactividad de los convenios?, Mariano Rajoy se mantuvo en un ominoso silencio. Por otro, quedó claro que la patronal canaliza a través de CiU su modelo de negociación colectiva. Y por último, para la izquierda testimonial "cualquier tiempo pasado fue mejor", como siempre.
Estos son todos los "rotos y cambalaches" que la "impericia" del Gobierno realizó ese día, según han denunciado algunos desde estas mismas páginas.
La vida nos enseña a ser humildes, y la vida parlamentaria, cuando no se tiene mayoría absoluta, nos enseña a ser muy humildes. Conseguir los votos necesarios para aprobar una norma siempre nos exige ceder y transar, no hay otro camino. La cuestión es si después de hacerlo uno se sigue reconociendo en lo acordado.
Este veterano sindicalista y diputado socialista se reconoce en ello, y lo defiende con el orgullo y la conciencia serena del que sabe donde está.
(Publicado en El País el 25/07/2011)