A pesar de que los resultados electorales del pasado día 9 de marzo tendrán múltiples interpretaciones, que difícilmente se pueden sustraer a la subjetividad de cada uno, si creo que hay algunos elementos reseñables por su amplitud y por su objetividad.
Nadie puede negar que frente a maniobras y estrategias electorales de aborrecer al ciudadano con una precampaña y campaña de confrontación con los mismos temas de cuatro años en la oposición, la participación fue muy alta, más de lo esperada, en todo el territorio español. De la misma forma, en la configuración del nuevo arco parlamentario se ha reducido el peso de las opciones nacionalistas: de los 32 diputados y diputadas anteriores se han quedado con 9 menos y dos grupos parlamentarios, el Canario y el Republicano Catalán, no podarán constituirse. No hay duda de que la política de confrontar y atacar a los nacionalistas practicada por Aznar fue una máquina de impulsarlos y la desarrollada por José Luis Rodríguez Zapatero de desactivarlos.
Los resultados también presentan una geografía electoral complicada para el Partido Popular, sube en escaños y votos pero con una implantación muy descompensada en todo el territorio, ya que su presencia en Euskadi y Cataluña va achicándose y en Andalucía lleva 30 años sin tocar poder.
Depender del arco mediterráneo con la bandera del trasvase del Ebro aglutinándolo y del voto de la Comunidad autónoma de Madrid, símbolo de un nuevo nacionalismo centralista, es tan complicado como difícil para gobernar este país. Solo desde la mayoría absoluta y dando un tremendo vuelco electoral puede plantease el PP gobernar en el futuro, a no ser que haga un giro copernicano acercándose a los nacionalistas moderados con el consiguiente problema entre sus electores y el desgarro interno con sus sectores más extremos.
Por otro lado el Partido Socialista tiene una implantación más homogénea, bien vertebrada en los territorios y decisoria en el conjunto del país. El PSOE es el partido más representativo de España, es el único partido nacional pese a quien pese.
En Aragón con cinco elecciones consecutivas ganando el PSOE se duplican las diferencias del 2004 respecto del Partido Popular y se consolida el electorado en la práctica totalidad de los núcleos comarcales y ciudades. La espectacular subida en Teruel pese al temido efecto Pizarro es un refrendo al proyecto que lidera Marcelino Iglesias, implicado hasta el tuétano en la campaña electoral de esta provincia. Sin duda la contradicción de los populares con el agua y con el trasvase, así como sus disensiones internas, les han llevado a enfocar la campaña electoral como un mal trago que hay que pasarlo cuanto antes, sin esforzarse ni pretender explicar, de forma creíble, sus planteamientos y proyectos de futuro.
Porque la caída de Chunta Aragonesista estaba pronosticada de antemano. Tanto por la debacle electoral en las autonómicas y municipales de 2007 como por el nuevo cartel, sin José Antonio Labordeta. Hay también aquí dos elementos para reflexionar, la definición ideológica de esta formación, muy confusa en boca de su candidato y no tener claro en la campaña la utilidad del voto de los partidos minoritarios en una confrontación electoral como esta. Sinceramente creo que esta formación tiene otro problema más profundo: el de haber crecido a la sombra de la crisis del socialismo aragonés de los años 90 y no tener proyecto diferenciado cuando los socialistas aragoneses la hemos superado, estamos en los gobiernos y tenemos liderazgos consolidados. Porque el argumento exclusivo de la bipolarización también debería servir para el PAR e Izquierda Unida en esta comunidad Autónoma. Y el uno ha subido y la otra formación ha resistido el envite electoral con una tendencia al crecimiento en el futuro fruto de un proyecto diferente.
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