Cuando Felipe González afirmó en su reciente intervención en Zaragoza, durante el congreso de CEDE, que la actual crisis económica tendría de positivo que obligaría a hacer política, parecía una obviedad. Cuando Obama, futuro presidente de los EEUU, forma un equipo de gobierno basado en la capacidad de gestión, experiencia, cualificación, prestigio y responsabilidad, no pensando en el efecto mediático sino en los tremendos problemas que debe resolver y ficha a los mejores, manda el primer mensaje positivo al mundo: "Podemos salir adelante". Está haciendo política.
Y es que la envergadura de la crisis que vivimos exige hacer el mayor compromiso y trabajo para superarla sin ningún apego a la ortodoxia, porque en apenas cuatro meses hemos visto mutaciones esperpénticas: de neocon en proteccionistas, de neoliberales en keynesianos, de banqueros prepotentes pidiendo ayudas al papá estado que antes despreciaban, de políticos conservadores inyectando --cuando no nacionalizando-- empresas financieras. Son reacciones ante un crecimiento negativo en el último trimestre de EEUU, Europa y Japón; el 50% de la economía mundial está contrayéndose y eso no ocurría desde hace casi setenta años. Porque no estamos solo ante una crisis del sistema financiero, estamos ante una crisis de todo el sistema, desde la regulación financiera al modelo de desarrollo económico.
La pérdida de confianza que hace que nadie se gaste un euro, paraliza inversiones, aumenta el ahorro, y aparece la economía del miedo, solo puede recuperarla el Estado, que con sus presupuestos y las inversiones públicas puede actuar hasta constituirse en el eje fundamental de la reactivación. Sin embargo, se está viendo que el modelo keynesiano al uso, el de hace 70 años, no se puede aplicar miméticamente, porque el capitalismo actual tiene un mayor desarrollo y nuevos problemas. Por un lado la globalización financiera hace que un problema no se circunscriba a un solo país: permite, por ejemplo, comprar una hipoteca en California, titularizarla como deuda, revalorizarla hasta 17 veces y convertirla en activos que compra un trabajador aragonés por un valor muy por encima del real. Y cuando el "humo" adquirido pierda su valor se desploma y ocurre el cataclismo conocido. Si estas hipotecas basura pueden suponer más de 2,8 billones de dólares, el problema se multiplica y la dimensión se amplifica enormemente.
LA REGULACIÓN del sistema financiero que debería haber velado por que esto no ocurriese ha sido ineficaz, entre otras cosas porque las agencias de calificación que garantizan y valoran la solvencia de estos y otros productos financieros han operado a favor de quienes les pagan y no a favor del consumidor.
Este modelo financiero, tan abierto y descontrolado que ha permitido la existencia de paraísos fiscales hasta acumular mas de tres trillones de dólares y un millón de sociedades en el más puro anonimato (un cuarto de la riqueza mundial), tiene poco que ver con el de los años treinta. Lo mismo ocurre con la dimensión actual del sector público que no es comparable a la de hace 70 años; entonces era un sector incipiente, con posibilidades de desarrollo y donde cualquier inversión tenía una inmediata eficacia social. Ahora la seguridad social, el seguro de desempleo o la educación, están universalizados y las actuaciones deben ser muy cuidadosas porque si aumentan excesivamente el déficit público, puede tener efectos negativos.
Además hay otros elementos a considerar: la propia crisis de los organismos internacionales como el Banco Mundial o la Organización Mundial del Comercio, precisan ser reformados drásticamente; primero por su propio funcionamiento. Todos estos organismos giran en base a los países desarrollados y al liderazgo económico de EEUU; y segundo por el fracaso político y el desprestigio de estos organismos que abanderaron las ideas neoliberales sin hacer caso de las consecuencias que iban teniendo. Ya no es posible mantener sistemas de funcionamiento como el FMI, donde la representación del Benelux es mayor que la de China o que los votos del África subsahariana representan el 5,26% del total.
LA EVOLUCIÓN demográfica producida en los países menos desarrollados exige una reorientación en la explotación de los recursos, inversiones y ayudas al desarrollo. Por si estos elementos de diferencia fueran pocos, el papel actual de los medios de comunicación nada tiene que ver con los de aquella época; actualmente la difusión de cualquier noticia tarda segundos en llegar al ciudadano y si una crisis económica se convierte en un reality show la desconfianza y el pánico producen efectos devastadores. Son circunstancias distintas, y aunque el modelo keynesiano tiene un papel determinante en las soluciones a plantear, abrazarse a él como tabla de salvación supondrá un fracaso. Es preciso adecuarlo y plantear proyectos y modelos políticos diferentes que, teniendo al ciudadano como centro, proyecten un desarrollo distinto. Para ello, como decía al principio, se necesita la política y políticos que la practiquen.
(Publicado en El Periódico de Aragón, el 17//2009)
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